La hoja de ruta de los canceladores posmodernos.

En esta tarde de estío y hastío en la que no me da el fresco para dormir la siesta, le voy a dar a la tecla para tratar de explicar la repulsa que me provoca, cada vez más el uso de la expresión «persona + atributo» por parte de todo ese régimen diversitario, de todo ese movimiento posmo en lo que, por desgracia está deviniendo el progresismo desde hace ya un tiempo.
Y uso esa construcción que esconde y se camufla entre lo correcto y el buenismo como símbolo de esa sibilina maldad con la que se utiliza. Intento explicar esto. Yo soy un discapacitado, y me parece bien que se nos denomine «personas con discapacidad» porque se pone el foco en persona. Pero eso es una cosa. De hecho es tan distinta a lo que aquí traigo a continuación que estos totalitaristas, censores de la libertad de expresión, giliprogres y asesinos de lo que fue una izquierda sensata, prefieren hablar de «personas con otras capacidades». Otras capacidades tenemos todas las personas. Algunas de ellas tenemos una discapacidad concreta, y no pasa nada. A mí la fórmula «otras capacidades me trae a la mente, bien es cierto, la figura de Blas de Lezo, que, con falta de brazo, pierna y ojo, seguía dándole matarile a los ingleses allá por Cartagena de Indias de forma más que admirable.
Pero vamos al tema que nos ocupa.
Pensemos en el uso que se está haciendo de esta misma fórmula en expresiones como “persona gestante” o “persona menstruante” para dirigirse a una mujer y démonos cuenta de que lo que se hace, en el fondo, es borrar a la mujer, igual que «persona con capacidad diferente» borra a los discapacitados. La dichosa “Ley trans”, si nadie lo remedia, va de lograr eso, borrar al colectivo feminista real, neutralizarlo y desproveerlo de naturaleza, tachando de transfóbicos a quienes se les ocurra cuestionarlo, y por tanto, cancelarlo, que es su doctrina y lo que mejor saben hacer. Todo es disolución. Para ellos el sexo es un accidente que se otorga al nacer y a partir de ahí, una imposición que hay que eliminar. Es horroroso y diabólico.
En Canadá ya se están atribuyendo el derecho a sentirse discapacitados sin serlo. Algunos hasta llegan a amputarse miembros. Y ojo al médico que no entienda y apoye esa situación de discriminación y minoría porque será un reaccionario, un facha, un nazi, un franquista y otros desquicies del estilo, como ahora ya somos quienes afirmamos convencidos y respaldados por la ciencia (¡Vaya, con la ciencia hemos topado!), que existen dos sexos, con independencia de las orientaciones o las identidades.
Este mecanismo perifrástico para aludir a los seres humanos de ambos sexos con un atributo común se va imponiendo por aquello de evitar el masculino genérico, que es una forma muy correcta, y eso, bueno, es un nivel de ignorancia tolerable que se puede admitir en algunos casos. Pero cuando se abusa como se abusa en la actualidad, sólo denota atadura e imposición de una neolengua al gusto de los que imponen lo que algunos autores acertadamente han denominado el régimen diversitario.
De esta forma, el discurso, además de empobrecerse e ir recortando palabras y opciones en la lengua y en la imaginación, recuérdese el objetivo del Gran Hermano en la novela de Orwell 1984 y cómo cada año suprimían miles de palabras del diccionario, se lanza a los brazos de todos aquellos que, bajo el disfraz de la igualdad y el respeto, imponen un lenguaje manipulativo, y etiquetan, y de qué forma, a quienes disienten.
Esto llega a tal punto que, una persona que no esté dispuesta a cancelar determinados términos, adoptar otros nuevos (sobre todo las palabras mantra igualdas, derecho, libertad resiliencia, etc) y entiendan que no deben dejarse manipular por el lenguaje como creador de pensamiento, se les etiquetará cuando menos de transfóbicos, reaccionarios, conservadores, fachas, etc. Son muchas y muy variadas las formas en las que se puede vilipendiar al que no acepta el pensamiento único, vestido de igualitario, vamos, el postureo.
Bajo la fórmula “políticamente correcto”, que más debiera ser “politizadamente correcto” estos grupos arremeten contra el buen uso de una de las lenguas más ricas y variadas del mundo, que cuenta con 550 millones de hablantes, aunque sea proscrita en su propio territorio también por razones políticas.
Argumentos lingüísticos:
Las teorías del postmodernismo y la deconstrucción, que parte de autores como Foucault o Derridá y que aparecieron en Estados Unidos y Canadá, como una evolución de los radicalismos de los años sesenta, contemplan argumentos tan peregrinos como que lo que no se dice no existe, en cuyo caso, si no hubiésemos denominado Covid al Covid no habría habido pandemia, o si suprimiésemos el término muerte, tampoco moriríamos, o argumentos deconstructivistas por los que la realidad hay que mirarla siempre desde un prisma crítico actual. Es por ello por lo que se cancelen obras de Lope de Vega por machismo, o, el colmo, que se le aplique el atributo a Colón y otros conquistadores, de franquistas y para publicar ahora en América haya que poner el cupo de esas minorías histéricamente ultrajadas. Hoy echamos de menos a héroes o antihéroes clásicos, de verdad, que hacen cosas, que cambian cosas, y nos pasamos a estos nuevos héroes que son las minorías que «se sienten» marginadas, y enarbolan la bandera del despecho. Vomitivo.
Esas posturas, digo, promulgan la alteración de la realidad, y en especial, el lenguaje, que es el vehículo de la imaginación. El propio Orwell, al comienzo de su esencial obra escribe “Quien tiene el lenguaje tiene el poder”, y por eso vemos la importancia que tiene el diccionario y la neolengua impuesta a lo largo de la obra.
Es por tanto propio de esta ideología, el circunloquio y la cancelación progresiva de determinados términos a los que se etiqueta de obsoletos, rancios, etc. Y esa postura llega también a la gramática, que es la estructura en la que organizamos nuestra lengua.
La gramática es muy amplia y se puede analizar desde diferentes aspectos. El morfosintáctico que nos habla de la composición de las palabras y la participación de estas en el conjunto de la oración, la fonética y la fonología, que nos habla de los sonidos que representan las palabras, o la semántica y la semiótica que nos hablan de otro aspecto, la representación en la mente y el simbolismo de algunas palabras.
¿Es entonces la lengua española sexista y hay que intervenir de urgencia?
En absoluto en el plano gramatical de la composición morfológica y sintáctica. Otra cosa es el plano semántico y pragmático, en el que intervienen otros componentes subjetivos y psicológicos, en cuyo caso, no es la lengua, sino el hablante el que puede utilizarla de forma sexista.
El objeto del miedo. El masculino genérico o inclusivo.
En nuestra lengua española, como en el resto de las lenguas romances, es decir, que proceden del latín, existe la flexión en el género gramatical en sustantivos, adjetivos y pronombres. Esto hace que existan palabras de género masculino, femenino, neutro, epiceno o ambiguo. Y que el género gramatical sea algo distinto al sexo anatómico. De hecho, y no me voy a extender en esta exégesis, hemos copiado género del inglés, cuando el inglés lo impuso como eufemismo de otra palabra, sex, que era tabú durante el puritanismo victoriano. Eso por si era poca la indigencia intelectual que nos está trayendo el uso de este término. Fin de la exégesis. Volvamos a la gramática.
Cuando utilizamos el género para designar seres vivos sexuados utilizamos generalmente, el masculino para indicar el sexo macho y el femenino para designar el sexo hembra.
Como norma general, el lenguaje tiene que buscar ser conciso, concreto y transmitir la mayor información con el menor número de palabras. Esto hace que en estas lenguas uno de estos géneros esté marcado y el otro no. ¿Qué significa eso de marcado? Significa ni más ni menos que en el caso del género femenino, cuando designa a seres sexuados, sólo se refiere a aquellos que son de sexo femenino o hembra, excluyendo siempre, al sexo macho o varón. Y es, entre otras cosas, por esto, por lo que no debemos dirigirnos a un grupo por más amplio que sea, en femenino, si en él estamos designando animales sexuados de sexo masculino o macho. Por su parte, el término no marcado, el masculino se utiliza como género inclusivo porque puede designar a un grupo en el que haya seres sexuados de todos los sexos, o sea de dos, porque, aunque a estas alturas aún lo pongan en duda estos mismos activistas del pensamiento único y lenguaje acorde con ello, hay dos, (malditos científicos fachas que me quiern hacer ver la verdad, por encima de la que yo quiero crear!, jajaja). A este recurso de la economía del lenguaje se le conoce como uso del masculino genérico o inclusivo porque incluye a ambos. Me gusta el uso de inclusivo para romper los débiles circuitos de quienes no piensan más allá de lo que evocan las palabras.
¿Dónde está entonces el problema?
En confundir gramática, y concretamente morfosintaxis, con pragmática y semántica. Y eso lleva a la falsa creencia de que el lenguaje puede ser sexista, que lo que no se dice se oculta y otro tipo de ideas trasnochadas similares.
Esto no es sólo fruto de una ignorancia pluscuamperfecta, que también, sino de una hoja de ruta, una agenda política que viene del estructuralismo y el deconstructivismo y que abraza el neocomunismo y las posturas de los que proclaman ser de izquierdas por lo que dicen o cómo lo dicen. Porque para esas teorías, el postureo y el cómo se dicen las cosas a menudo importa más que los hechos en sí. Están “creando” su microcosmos con las palabras, promulgando leyes para no sentirse de esta o aquella forma, para diluir todo, desde el sexo, y con ello peligrosamente a los derechos de la mujer, hasta la historia como ha sido, censurándola y prohibiendo en ocasiones su estudio. Eso es la dictadura diversitaria, el régimen de la cancelación, retorcer tanto las palabras que distorsionan la realidad. Es crear un problema para desupués decirte que lo han resuelto y la forma es ésta, embaucando y confundiendo. La promoción de este ideal diversitario justifica el hostigamiento mediático, con el fin de inducir a la población a que se convierta a él. Se hace preciso ofender al sentido común, a la ciencia, en este caso del lenguaje que nos habla de economía en el discurso, y hacer que puerta todo valor probatorio para que aparezca como un estereotipo que hay que dejar atrás y de prejuicios que hay que deconstruir.
Volvemos pues a planteamientos lingüísticos. Entonces, ¿el español no es machista? No. No lo es en absoluto en cuanto a su gramática. Podemos encontrar sesgos machistas o poco igualitarios en el plano semántico y pragmático, esto es, en el uso que hacen las personas de él. Ahí el machista es quien lo utiliza, pero no la estructura de nuestra preciosa lengua. Vayamos con algún ejemplo.
Si estoy dirigiéndome a un grupo de compañeros limpiadores y hay 40 limpiadoras y 2 limpiadores, si yo aludo a ellos como las limpiadoras, lo que estaré dando por supuesto es que ese colectivo es propio del sexo femenino, cuando no lo es, aunque sean mayoría en ese ejemplo o en la actualidad.
Otro ejemplo torticero es la creación de palabras como modisto para atribuir otro estatus distinto al hombre que es modista. Ahí sí que hay machismo a manta. Un hombre puede ser modista, como saxofonista, publicista o taxista, porque el sufijo -ista puede concordar con ambos géneros gramaticales. Sacarse de la manga un cambio de género para dar un mayor valor es sexista en el plano semántico y pragmático. Ahí sí. En la gramática no.
Y entonces, ¿por qué hacemos esta aberración con el género?
Principalmente por ignorancia y esnobismo (la palabra esnob es un acrónimo del concepto latino sine nobilitate (sin nobleza, sin cultura). Lo hacemos por eso y por querer tener “un guiño”, una discriminación positiva, que no deja de ser, en sentido estricto, una discriminación con los sujetos presentes cuyo sexo se identifica con el femenino y nos han prohibido incluirlo en el masculino en un ejercicio de censura más propio de los personajes de Orwell o de Huxley que de cualquier opción libre y lógica.
Pero fijaos hasta dónde llega esa condescendencia que es, en sí misma, una forma de discriminación hacia las mujeres que sólo se utiliza el doblete de género en contextos positivos. Será muy extraño que oigáis hablar de muertos y muertas, heridos y heridas, asesinos y asesinas, etc. Porque sólo se dobla cuando el contexto es algo bueno. ¿Y qué supone eso? Ni más ni menos que se parte de una premisa o prejuicio. No se trata de buscar la igualdad, sino que el sexo femenino debe participar y hacerse visible sólo en las cosas buenas. Subyacería entonces una premisa absurda, la superioridad del sexo masculino de partida y la necesidad de exaltar a la mujer sólo en lo bueno, no realmente igualar. Prefiero partir de una premisa en la que ambos sexos sean iguales.
Dos de los ejemplos con los que más he disfrutado en este sentido los encontramos en la redacción de un tratado sindical, de hace ya muchos años, cuando comenzó a implantarse esta catequesis de lo politizadamente correcto aquí en España, en el cual se habla de “compañeros y compañeras”, “trabajadores y trabajadoras” y toda esa retahíla a la que nos han acostumbrado para después, al hablar de la otra parte, la que genera el empleo, la de los empresarios, olvidar hablar de “empresarios y empresarias”. ¿Acaso está mal para los sindicatos que existan mujeres empresarias o es que hablar de ellas es ubicarlas en el lado oscuro? Si. Ese es el nivel de utilización de todo esto.
El otro ejemplo lo he escuchado personalmente en una reunión sindical. En el atril, la persona que tomaba la palabra, y habiendo cogido carrerilla ya con eso de doblar el género gramatical como condescendencia a nuestras compañeras dejó caer esta oración, digna de estudio psicolingüístico “…eso, compañeros y compañeras, lo saben hasta los negros y las negras”. No puedo analizar la oración porque me da para una tesis.
Algunos dirán. Esa postura es rancia. Y los tiempos cambian y se pueden cambiar las estructuras de nuestra lengua.
Pondré un argumento suficientemente notable para tratar de explicar por qué no van por ahí los tiros, sino por la búsqueda necesaria de concisión y economía del lenguaje.
En latín y en griego existían tres géneros. El neutro fue desapareciendo hasta dar, por su semejanza en el caso acusativo con el masculino, en un solo género, por economía y concisión. Han quedado vestigios del género neutro y a veces hacemos plurales del tipo la canalla, refiriéndonos a un número plural. Pero bueno, esto ocurre en las lenguas romances que provienen de las clásicas. Ahora bien, ¿se conoce esto lo suficiente o se trata de tapar por motivos políticos que, en países como Mali, Somalia e incluso en lenguas indígenas de la comunistoide y muy dictatorial república de Venezuela se hace el genérico plural con el femenino? O, dicho de otra manera, en países donde se practica la mutilación genital de las mujeres, el genérico lo hacen en femenino. ¿Tiene entonces para estos postmodernos el mismo valor género que sexo? Quizá no interesa que se sepa, porque si estas tribus utilizan el femenino como genérico para explicarles a los padres de la niña que se le va a extirpar el clítoris, igual muy feministas e igualitarios no son.
En otro orden de cosas, si aplicáramos en todo el documento la teoría de la cancelación y censurásemos con el mismo criterio, no deberíamos hablar de perros guía, por favor, ¿dónde está la dignidad de las perras guía? habría que buscar una fórmula liderada por algún sustantivo no masculino para no ofender. Algo así como “la especie animal cuadrúpeda y canina guiadora de personas con capacidades enormes si dejamos al margen la visual”. Algo así, que no se entienda pero que dé en el gusto a los políticos que imponen la neolengua enarbolando la bandera da la igualdad.
Son muchos los argumentos sosegados que se pueden dar para refutar estos prejuicios de la cancelación, por no hablar ya de lo que es capaz de salir de algunas cabezas con responsabilidad en ministerios para inventarse pronombres que designen a personas cuya identidad sexual y su anatomía se ha alterado, a veces sin permiso de la familia y desde edades pueriles, y ahora hay que incorporar un pronombre que no existe salvo en la cabeza de quienes tienen cierto poder político y de intervención en libros de texto.
Por mi parte, no asumiré nunca la imposición de doblar el género y otras imposiciones del deconstructivismo y el postureo avieso, ni buscaré fórmulas con calzador para evitar el masculino genérico o un uso no prevaricado de la lengua española, ni trataré de tener miramientos para que cuatro gatos no «se sientan ofendidos» porque yo haga un uso correcto, y seguiré buscando lo que buscamos todos y demostramos con hechos, la igualdad real entre hombres y mujeres, y cualquier identidad y orientación de esos dos sexos, por encima de imposiciones que excluyen y dejan en extramuros a quienes no las compartimos.
Ale. Ya se ha pasado la siesta. Si habéis leído hasta aquí, disculpad el rollo y gracias por vuestro tiempo.