Esta giliprogresía de la factoría Disney no es más que otra proclamación palpable de la tremenda diarrea heteromental que sufre nuestra sociedad, desde esas posturas deconstructivistas y podmodernas. Es el colmo. Yo quiero una Pocahontas eslava, aria para hacer más hincapié en lo absurdo de estas imbecilidades. Y ya puestos, un Mowgli vasco, o de la Vega Baja, ¡qué pijo! Y lo peor es que escribes Sirenita negra en Google y aparece como primera entrada la reflexión previa a un forta-sec mental de un fulano, fulana o fulane que suelta, desde un buenismo convencidísimo, que es un racista quien no traga con el colorido epidérmico de la danesa más famosa. No, so imbécil. No es racismo. Es sentido común, es normalidad, sin postureo, sin calzador, sin censura, sin cancelación, desde la libertad. Ni un Macbeth negro, ni una sirenita, como tampoco querría un Carl Lewis, o un Louis Amstrong rubio, so gilipollas. Hasta dónde se piensa llegar con esta censura idiota, ignorante a más no poder y manipuladora. ¿Cómo hemos llegado a temer a las universidades como centros de lavado de cerebros y no ensalzarlas como centros de cultura y pensamiento libre? Sólo queda batirse. No se puede mantener una actitud pasivo-indolente pensando que los pobreticos sólo quieren un mundo más igual. ¡Y un pijo! Releamos a Orwell. «1984» no debía ser un manual de instrucciones. Debería haber sido una obra de ficción.
No podían haber cogido como ejemplo la voz y decir que la danesa despigmentada nunca habría de cantar como Aretha, como Whitney o como Tina. No, al color para poner un problema donde no lo hay y llamarnos racistas a los que tenemos dos dedos de frente. Sois un hatajo de sinvergüenzas.
Me niego personalmente al rebaño y ya no me voy a callar. Esta gentuza está faltando el respeto a mi inteligencia y pese a su derecho a no sentirse discriminados por la estupidez que atesoran, a mí no me van a coger vivo. Qué asco ya. Sólo espero que la teoría del péndulo se equivoque esta vez y la reconquista no nos pase demasiada factura. Porque los extremos se tocan y la gran estafa ha sido venderse a un extremo para que después, desgraciadamente, pueda llegar el otro, «In medio virtus», joder.
En esta tarde de estío y hastío en la que no me da el fresco para dormir la siesta, le voy a dar a la tecla para tratar de explicar la repulsa que me provoca, cada vez más el uso de la expresión «persona + atributo» por parte de todo ese régimen diversitario, de todo ese movimiento posmo en lo que, por desgracia está deviniendo el progresismo desde hace ya un tiempo. Y uso esa construcción que esconde y se camufla entre lo correcto y el buenismo como símbolo de esa sibilina maldad con la que se utiliza. Intento explicar esto. Yo soy un discapacitado, y me parece bien que se nos denomine «personas con discapacidad» porque se pone el foco en persona. Pero eso es una cosa. De hecho es tan distinta a lo que aquí traigo a continuación que estos totalitaristas, censores de la libertad de expresión, giliprogres y asesinos de lo que fue una izquierda sensata, prefieren hablar de «personas con otras capacidades». Otras capacidades tenemos todas las personas. Algunas de ellas tenemos una discapacidad concreta, y no pasa nada. A mí la fórmula «otras capacidades me trae a la mente, bien es cierto, la figura de Blas de Lezo, que, con falta de brazo, pierna y ojo, seguía dándole matarile a los ingleses allá por Cartagena de Indias de forma más que admirable.
Pero vamos al tema que nos ocupa. Pensemos en el uso que se está haciendo de esta misma fórmula en expresiones como “persona gestante” o “persona menstruante” para dirigirse a una mujer y démonos cuenta de que lo que se hace, en el fondo, es borrar a la mujer, igual que «persona con capacidad diferente» borra a los discapacitados. La dichosa “Ley trans”, si nadie lo remedia, va de lograr eso, borrar al colectivo feminista real, neutralizarlo y desproveerlo de naturaleza, tachando de transfóbicos a quienes se les ocurra cuestionarlo, y por tanto, cancelarlo, que es su doctrina y lo que mejor saben hacer. Todo es disolución. Para ellos el sexo es un accidente que se otorga al nacer y a partir de ahí, una imposición que hay que eliminar. Es horroroso y diabólico.
En Canadá ya se están atribuyendo el derecho a sentirse discapacitados sin serlo. Algunos hasta llegan a amputarse miembros. Y ojo al médico que no entienda y apoye esa situación de discriminación y minoría porque será un reaccionario, un facha, un nazi, un franquista y otros desquicies del estilo, como ahora ya somos quienes afirmamos convencidos y respaldados por la ciencia (¡Vaya, con la ciencia hemos topado!), que existen dos sexos, con independencia de las orientaciones o las identidades.
Este mecanismo perifrástico para aludir a los seres humanos de ambos sexos con un atributo común se va imponiendo por aquello de evitar el masculino genérico, que es una forma muy correcta, y eso, bueno, es un nivel de ignorancia tolerable que se puede admitir en algunos casos. Pero cuando se abusa como se abusa en la actualidad, sólo denota atadura e imposición de una neolengua al gusto de los que imponen lo que algunos autores acertadamente han denominado el régimen diversitario. De esta forma, el discurso, además de empobrecerse e ir recortando palabras y opciones en la lengua y en la imaginación, recuérdese el objetivo del Gran Hermano en la novela de Orwell 1984 y cómo cada año suprimían miles de palabras del diccionario, se lanza a los brazos de todos aquellos que, bajo el disfraz de la igualdad y el respeto, imponen un lenguaje manipulativo, y etiquetan, y de qué forma, a quienes disienten. Esto llega a tal punto que, una persona que no esté dispuesta a cancelar determinados términos, adoptar otros nuevos (sobre todo las palabras mantra igualdas, derecho, libertad resiliencia, etc) y entiendan que no deben dejarse manipular por el lenguaje como creador de pensamiento, se les etiquetará cuando menos de transfóbicos, reaccionarios, conservadores, fachas, etc. Son muchas y muy variadas las formas en las que se puede vilipendiar al que no acepta el pensamiento único, vestido de igualitario, vamos, el postureo. Bajo la fórmula “políticamente correcto”, que más debiera ser “politizadamente correcto” estos grupos arremeten contra el buen uso de una de las lenguas más ricas y variadas del mundo, que cuenta con 550 millones de hablantes, aunque sea proscrita en su propio territorio también por razones políticas.
Argumentos lingüísticos:
Las teorías del postmodernismo y la deconstrucción, que parte de autores como Foucault o Derridá y que aparecieron en Estados Unidos y Canadá, como una evolución de los radicalismos de los años sesenta, contemplan argumentos tan peregrinos como que lo que no se dice no existe, en cuyo caso, si no hubiésemos denominado Covid al Covid no habría habido pandemia, o si suprimiésemos el término muerte, tampoco moriríamos, o argumentos deconstructivistas por los que la realidad hay que mirarla siempre desde un prisma crítico actual. Es por ello por lo que se cancelen obras de Lope de Vega por machismo, o, el colmo, que se le aplique el atributo a Colón y otros conquistadores, de franquistas y para publicar ahora en América haya que poner el cupo de esas minorías histéricamente ultrajadas. Hoy echamos de menos a héroes o antihéroes clásicos, de verdad, que hacen cosas, que cambian cosas, y nos pasamos a estos nuevos héroes que son las minorías que «se sienten» marginadas, y enarbolan la bandera del despecho. Vomitivo.
Esas posturas, digo, promulgan la alteración de la realidad, y en especial, el lenguaje, que es el vehículo de la imaginación. El propio Orwell, al comienzo de su esencial obra escribe “Quien tiene el lenguaje tiene el poder”, y por eso vemos la importancia que tiene el diccionario y la neolengua impuesta a lo largo de la obra.
Es por tanto propio de esta ideología, el circunloquio y la cancelación progresiva de determinados términos a los que se etiqueta de obsoletos, rancios, etc. Y esa postura llega también a la gramática, que es la estructura en la que organizamos nuestra lengua.
La gramática es muy amplia y se puede analizar desde diferentes aspectos. El morfosintáctico que nos habla de la composición de las palabras y la participación de estas en el conjunto de la oración, la fonética y la fonología, que nos habla de los sonidos que representan las palabras, o la semántica y la semiótica que nos hablan de otro aspecto, la representación en la mente y el simbolismo de algunas palabras.
¿Es entonces la lengua española sexista y hay que intervenir de urgencia?
En absoluto en el plano gramatical de la composición morfológica y sintáctica. Otra cosa es el plano semántico y pragmático, en el que intervienen otros componentes subjetivos y psicológicos, en cuyo caso, no es la lengua, sino el hablante el que puede utilizarla de forma sexista.
El objeto del miedo. El masculino genérico o inclusivo. En nuestra lengua española, como en el resto de las lenguas romances, es decir, que proceden del latín, existe la flexión en el género gramatical en sustantivos, adjetivos y pronombres. Esto hace que existan palabras de género masculino, femenino, neutro, epiceno o ambiguo. Y que el género gramatical sea algo distinto al sexo anatómico. De hecho, y no me voy a extender en esta exégesis, hemos copiado género del inglés, cuando el inglés lo impuso como eufemismo de otra palabra, sex, que era tabú durante el puritanismo victoriano. Eso por si era poca la indigencia intelectual que nos está trayendo el uso de este término. Fin de la exégesis. Volvamos a la gramática.
Cuando utilizamos el género para designar seres vivos sexuados utilizamos generalmente, el masculino para indicar el sexo macho y el femenino para designar el sexo hembra. Como norma general, el lenguaje tiene que buscar ser conciso, concreto y transmitir la mayor información con el menor número de palabras. Esto hace que en estas lenguas uno de estos géneros esté marcado y el otro no. ¿Qué significa eso de marcado? Significa ni más ni menos que en el caso del género femenino, cuando designa a seres sexuados, sólo se refiere a aquellos que son de sexo femenino o hembra, excluyendo siempre, al sexo macho o varón. Y es, entre otras cosas, por esto, por lo que no debemos dirigirnos a un grupo por más amplio que sea, en femenino, si en él estamos designando animales sexuados de sexo masculino o macho. Por su parte, el término no marcado, el masculino se utiliza como género inclusivo porque puede designar a un grupo en el que haya seres sexuados de todos los sexos, o sea de dos, porque, aunque a estas alturas aún lo pongan en duda estos mismos activistas del pensamiento único y lenguaje acorde con ello, hay dos, (malditos científicos fachas que me quiern hacer ver la verdad, por encima de la que yo quiero crear!, jajaja). A este recurso de la economía del lenguaje se le conoce como uso del masculino genérico o inclusivo porque incluye a ambos. Me gusta el uso de inclusivo para romper los débiles circuitos de quienes no piensan más allá de lo que evocan las palabras.
¿Dónde está entonces el problema? En confundir gramática, y concretamente morfosintaxis, con pragmática y semántica. Y eso lleva a la falsa creencia de que el lenguaje puede ser sexista, que lo que no se dice se oculta y otro tipo de ideas trasnochadas similares.
Esto no es sólo fruto de una ignorancia pluscuamperfecta, que también, sino de una hoja de ruta, una agenda política que viene del estructuralismo y el deconstructivismo y que abraza el neocomunismo y las posturas de los que proclaman ser de izquierdas por lo que dicen o cómo lo dicen. Porque para esas teorías, el postureo y el cómo se dicen las cosas a menudo importa más que los hechos en sí. Están “creando” su microcosmos con las palabras, promulgando leyes para no sentirse de esta o aquella forma, para diluir todo, desde el sexo, y con ello peligrosamente a los derechos de la mujer, hasta la historia como ha sido, censurándola y prohibiendo en ocasiones su estudio. Eso es la dictadura diversitaria, el régimen de la cancelación, retorcer tanto las palabras que distorsionan la realidad. Es crear un problema para desupués decirte que lo han resuelto y la forma es ésta, embaucando y confundiendo. La promoción de este ideal diversitario justifica el hostigamiento mediático, con el fin de inducir a la población a que se convierta a él. Se hace preciso ofender al sentido común, a la ciencia, en este caso del lenguaje que nos habla de economía en el discurso, y hacer que puerta todo valor probatorio para que aparezca como un estereotipo que hay que dejar atrás y de prejuicios que hay que deconstruir.
Volvemos pues a planteamientos lingüísticos. Entonces, ¿el español no es machista? No. No lo es en absoluto en cuanto a su gramática. Podemos encontrar sesgos machistas o poco igualitarios en el plano semántico y pragmático, esto es, en el uso que hacen las personas de él. Ahí el machista es quien lo utiliza, pero no la estructura de nuestra preciosa lengua. Vayamos con algún ejemplo. Si estoy dirigiéndome a un grupo de compañeros limpiadores y hay 40 limpiadoras y 2 limpiadores, si yo aludo a ellos como las limpiadoras, lo que estaré dando por supuesto es que ese colectivo es propio del sexo femenino, cuando no lo es, aunque sean mayoría en ese ejemplo o en la actualidad. Otro ejemplo torticero es la creación de palabras como modisto para atribuir otro estatus distinto al hombre que es modista. Ahí sí que hay machismo a manta. Un hombre puede ser modista, como saxofonista, publicista o taxista, porque el sufijo -ista puede concordar con ambos géneros gramaticales. Sacarse de la manga un cambio de género para dar un mayor valor es sexista en el plano semántico y pragmático. Ahí sí. En la gramática no.
Y entonces, ¿por qué hacemos esta aberración con el género? Principalmente por ignorancia y esnobismo (la palabra esnob es un acrónimo del concepto latino sine nobilitate (sin nobleza, sin cultura). Lo hacemos por eso y por querer tener “un guiño”, una discriminación positiva, que no deja de ser, en sentido estricto, una discriminación con los sujetos presentes cuyo sexo se identifica con el femenino y nos han prohibido incluirlo en el masculino en un ejercicio de censura más propio de los personajes de Orwell o de Huxley que de cualquier opción libre y lógica.
Pero fijaos hasta dónde llega esa condescendencia que es, en sí misma, una forma de discriminación hacia las mujeres que sólo se utiliza el doblete de género en contextos positivos. Será muy extraño que oigáis hablar de muertos y muertas, heridos y heridas, asesinos y asesinas, etc. Porque sólo se dobla cuando el contexto es algo bueno. ¿Y qué supone eso? Ni más ni menos que se parte de una premisa o prejuicio. No se trata de buscar la igualdad, sino que el sexo femenino debe participar y hacerse visible sólo en las cosas buenas. Subyacería entonces una premisa absurda, la superioridad del sexo masculino de partida y la necesidad de exaltar a la mujer sólo en lo bueno, no realmente igualar. Prefiero partir de una premisa en la que ambos sexos sean iguales.
Dos de los ejemplos con los que más he disfrutado en este sentido los encontramos en la redacción de un tratado sindical, de hace ya muchos años, cuando comenzó a implantarse esta catequesis de lo politizadamente correcto aquí en España, en el cual se habla de “compañeros y compañeras”, “trabajadores y trabajadoras” y toda esa retahíla a la que nos han acostumbrado para después, al hablar de la otra parte, la que genera el empleo, la de los empresarios, olvidar hablar de “empresarios y empresarias”. ¿Acaso está mal para los sindicatos que existan mujeres empresarias o es que hablar de ellas es ubicarlas en el lado oscuro? Si. Ese es el nivel de utilización de todo esto. El otro ejemplo lo he escuchado personalmente en una reunión sindical. En el atril, la persona que tomaba la palabra, y habiendo cogido carrerilla ya con eso de doblar el género gramatical como condescendencia a nuestras compañeras dejó caer esta oración, digna de estudio psicolingüístico “…eso, compañeros y compañeras, lo saben hasta los negros y las negras”. No puedo analizar la oración porque me da para una tesis.
Algunos dirán. Esa postura es rancia. Y los tiempos cambian y se pueden cambiar las estructuras de nuestra lengua. Pondré un argumento suficientemente notable para tratar de explicar por qué no van por ahí los tiros, sino por la búsqueda necesaria de concisión y economía del lenguaje. En latín y en griego existían tres géneros. El neutro fue desapareciendo hasta dar, por su semejanza en el caso acusativo con el masculino, en un solo género, por economía y concisión. Han quedado vestigios del género neutro y a veces hacemos plurales del tipo la canalla, refiriéndonos a un número plural. Pero bueno, esto ocurre en las lenguas romances que provienen de las clásicas. Ahora bien, ¿se conoce esto lo suficiente o se trata de tapar por motivos políticos que, en países como Mali, Somalia e incluso en lenguas indígenas de la comunistoide y muy dictatorial república de Venezuela se hace el genérico plural con el femenino? O, dicho de otra manera, en países donde se practica la mutilación genital de las mujeres, el genérico lo hacen en femenino. ¿Tiene entonces para estos postmodernos el mismo valor género que sexo? Quizá no interesa que se sepa, porque si estas tribus utilizan el femenino como genérico para explicarles a los padres de la niña que se le va a extirpar el clítoris, igual muy feministas e igualitarios no son.
En otro orden de cosas, si aplicáramos en todo el documento la teoría de la cancelación y censurásemos con el mismo criterio, no deberíamos hablar de perros guía, por favor, ¿dónde está la dignidad de las perras guía? habría que buscar una fórmula liderada por algún sustantivo no masculino para no ofender. Algo así como “la especie animal cuadrúpeda y canina guiadora de personas con capacidades enormes si dejamos al margen la visual”. Algo así, que no se entienda pero que dé en el gusto a los políticos que imponen la neolengua enarbolando la bandera da la igualdad.
Son muchos los argumentos sosegados que se pueden dar para refutar estos prejuicios de la cancelación, por no hablar ya de lo que es capaz de salir de algunas cabezas con responsabilidad en ministerios para inventarse pronombres que designen a personas cuya identidad sexual y su anatomía se ha alterado, a veces sin permiso de la familia y desde edades pueriles, y ahora hay que incorporar un pronombre que no existe salvo en la cabeza de quienes tienen cierto poder político y de intervención en libros de texto.
Por mi parte, no asumiré nunca la imposición de doblar el género y otras imposiciones del deconstructivismo y el postureo avieso, ni buscaré fórmulas con calzador para evitar el masculino genérico o un uso no prevaricado de la lengua española, ni trataré de tener miramientos para que cuatro gatos no «se sientan ofendidos» porque yo haga un uso correcto, y seguiré buscando lo que buscamos todos y demostramos con hechos, la igualdad real entre hombres y mujeres, y cualquier identidad y orientación de esos dos sexos, por encima de imposiciones que excluyen y dejan en extramuros a quienes no las compartimos. Ale. Ya se ha pasado la siesta. Si habéis leído hasta aquí, disculpad el rollo y gracias por vuestro tiempo.
Carta a los de la T del orgullo LGTBI que se lo han cargado, al resto de posmodernistas.
Lo que hasta hace poco creía que era algo fresco, una suerte de la libertad de expresión, lo han terminado de matar estos de la T, indigenTes intelectuales, apoyados por gobiernos, universidades, pues esto nació en los campus norteamericanos, y el pensamiento radical de una izquierda que no la reconoce nadie y, siendo necesaria a mi juicio, cada vez identifica a menos. La dictadura de lo divesitario, la cancelación, el posmodernismo y el régimen de la corrección política, con sus policías del lenguaje, más propios de la distopía orwelliana, lo han convertido en justo lo contrario, una cabalgata vergonzosa que parece festejar el triunfo de la opresión, y la censura. La imposición, por la fuerza, con la ayuda del sector político, el de esos payasos (payasas y payases) que precisan de ultralevura neuronal, apoyados en un falso buenismo, nos lleva a la degradación del ser humano, de lo más sagrado, su libertad de expresión y hasta la libertad para el conocimiento.
Y creo que va tocando ya ser valientes, pues los insultos que otrora me podían ofender, viniendo de estos terroristas intelectuales, ya los tomo como piropos. Así que ya cuento, antes de escribirles esta carta, con que para ellos seré un facha, un radical de ultraderecha, un nazi, un franquista y todas esas cosas que sé que no soy y que precisamente corrobora el hecho de que me lo digan ellos.
La libertad, no es que esté comprometida, es que está censurada y sancionada, proscrita, como en las peores represiones políticas. No se puede pensar diferente a lo que ellos consideran dogma, como en las religiones totalitarias. Los investigadores no pueden llevar a cabo estudios ligados a la raza o al sexo, por supuesto. Nadie puede hablar o escribir con normalidad sin que los censores se le echen encima.
El desfile de hoy ha pasado de pintoresco y muestra de libertad a patético y muestra de la sinrazón, de la provocación, de la parafilia y hasta la pornografía. Y esto no es porque yo me haya inclinado a posturas más conservadoras, no. Antes bien, se debe a que se lo han ganado a pulso los políticos que le han dado toda la cancha del mundo a quienes, a base de borrar y borrar la verdad, han llegado a borrar toda la realidad, a la mujer, a las orientaciones sexuales, a los inmigrantes y emigrantes, a la discapacidad, a los pobres, a la historia y las naciones, y a todo lo que su discurso ininteligible, absurdo, zafio, deconstructivista, biofóbico, ya que tanto les gusta ese sufijo fóbico, y posmoderno ha eliminado y cancelado.
La dictadura diversitaria y de la corrección política trae eso consigo. O eres una minoría y «te sientes» discriminado, o eres un facha, reaccionario, intransigente, etc. Hoy en día tienes que buscar, y si no te lo inventas, algún rasgo por el que te hagas diferente y enarboles la bandera de la discriminación, la visibilidad y toda la parafernalia. O niegas la realidad científica, cosas como que dos y dos son cuatro, la psicología evolutiva, la genética, o posturas como la de que en el homo sapiens las gestantes son las mujeres, existen dos sexos, el sol sale por el Este, o eres un primitivo. Si te sientes hombre negro, ¿quien te ha dicho a ti, mujer caucásica blanca, que no lo eres? Si ya, como en mi caso, eres heterosexual, blanco y cristiano, date por jodido. Esta gente acusa a la mujer que lleva bikini de estar cosificada y a la que lleva burka de saber huir de las miradas machistas heteropatriarcales. Así está el tema, pero seguimos aplaudiendo sus reivindicaciones inventadas porque parece que nos hace buenos.
Pues mira no. Ya está bien. Me voy a dirigir a vosotros, por supuesto en masculino genérico porque me gusta hablar y escribir con propiedad, correctamente, y no prostituir el lenguaje a merced de intereses y agendas. Vosotros que por no querer ser, no sois nada, lo que sí que censuráis y os molesta es que los demás queramos ser algo, tener una identidad. Y, con el toletole de que si no, os enfadáis y deprimís, y si lo hacéis es porque se os discrimina, y vienen las invenciones de tasas de suicidio, etc., sí, vosotros, que llegáis a aplaudir y adorar estudios, hechos precisamente para ver el nivel de deterioro moral que sufrís, en el que se acusa al pene del hombre heterosexual, del cambio climático. Vosotros estáis enredando a la gente, confundiendo a lo niños de forma irreparable y torticera, y transgrediendo las fronteras de lo racional. Así que os voy a decir algunas verdades que no podéis deconstruir:
– Hay dos sexos, y hagáis lo que hagáis con lo que, por naturaleza, no por asignación, tenéis entre las piernas al nacer, sigue habiendo dos sexos, no 87, se siente, certificado en los cromosomas. Eso lleva consigo que, de entre los humanos, el único sexo que puede parir es la mujer. No me vengáis con gilipolleces del tipo de que si hay una cultura nipona en la que los hombre tienen partos intelectuales. La verdad, la ciencia, no se borra porque queráis unos cuantos hacer una hoja de ruta para borrarla.
– Existe la disforia para una inmensa minoría. Hay menos disfóricos que gente con retinosis pigmentaria. No queráis ser tan absurdos como estáis siendo para generalizar. Si os queréis cortar un brazo, como ya ha ocurrido, porque amanecéis «sintiéndoos» discapacitados, o amanecéis sintiéndoos negros, chinos, gitanos, perros, etc., por mí, como si decidís empezar a maullar en lugar de hablar, total, para cómo habláis que no se os entiende.., pero no queráis imponerlo a una sociedad que cree en la libertad, en la realidad y en la ciencia, so negacionistas.
– No debería ningún gobierno permitir que se catequizara con esta ideología de censura en las escuelas. Y aun menos con inculcar a niños prepúberes para etiquetarlos ya, en función de lo que observe la comunidad educativa, en alguna de esas realidades que os inventáis.
– No debería permitirse que cualquier parafílico que tenga ganas de ducharse o hacer pipí donde lo hacen personas del otro sexo, por ejemplo, se levante por la mañana afirmando que es de ese otro sexo, sin posibilidad de que nadie le diga lo imbécil que está siendo ni el delito que quiere cometer.
Y ahora vamos un poco con los guerreros del constructivismo social y la policía del lenguaje inclusivo:
– Inventarse pronombres para designar seres sexuados que alteran sus atributos físicos, es la ignorancia gramatical pluscuamperfecta. Sólo puede denotar lo mucho y variado que fumasteis jugando al mus mientras otros entrábamos a clase de lengua. Y es que atesoráis una idiotez tal, que asusta y no poco.
– Proscribir el uso del masculino inclusivo no le va a la zaga. ¿Sabéis que en países donde se mutilan los órganos sexuales de la mujer se utiliza el femenino genérico, que existe porque no es una cuestión social sino gramatical?
– Por poner un ejemplo gráfico de conversación tribal en uno de estos países, porque si voy a la teoría no lo pilláis:
(contexto. Llegan a la choza de la familia Nnnge un chamán y su ayudante)
– (chamán) -Queridas madres (dirigiéndose a sus progenitores de ambos sexos), venimos a llevarnos a vuestra hija Maripepi Nnngue para extirparle el clítoris, no sea que de mayor disfrute.
– (progenitores): – Nada, descuiden, sin problema, aquí la tienen, llévensela y gracias por usar el femenino inclusivo porque en occidente son tan patriarcales, qué digo, tan franquistas, que utilizan el masculino los muy machirulos.
Ese es el nivel. Como las razones gramaticales ya las he explicado en otros artículos y basta con estudiar un poco, pues eso.
– Más cosicas. La fórmula «Personas + atributo» me copa: Puestos a borrar, utilicemos lo de personas que se le puede vender muy bien el buenismo adormilado y después busquemos algo que no identifique sino que diluya. De esta forma tendremos «personas menstruantes» o «personas gestantes». Pues mirad. Las únicas personas gestantes o menstruantes en este planeta son las mujeres. No las borréis, haced el favor, y después os declaréis feministas. Que no cuela. «Personas con capacidades diferentes» somos todas las personas. No borréis, hatajo de sinvergüenzas a los que padecemos una discapacidad bajo una fórmula que supuestamente nos iguala. No iguala, borra, que es lo único que pretendéis. Exactamente lo mismo que el Gran Hermano de George Orwell en la novela imprescindible para entender vuestra pretensión, «1984».
– Y así podría seguir hasta la náusea.
Quedaos con que no soy yo sólo sino que somos legión los que creemos en la realidad, ni tan siquiera en nuestra verdad, y en la libertad de expresión, que es exactamente lo contrario de lo que tratáis de imponer. Y sabed que esa cabalgata de este fin de semana, otrora explosión de júbilo y normalidad, la habéis convertido en el desfile de los censores, por más arcoiris que os pintéis. Que estáis echando por la borda y abocando a la reacción lo que se había mantenido en la mesura por torpeza o mala idea de los que imponen agendas y hojas de ruta para cambiar el orden.
Ojo al giro que se os va a venir y os estáis ganando a pulso. Después vendrán las madresmías. Cuando estos que ahora os ensalzan y que no saben ni escribir (perdón por la digresión pero he visto esta mañana lo del imperativo «sentaros y sentiros libres» en la mesa de un bar), digo que cuando estos hayan terminado de desaparecer, que van de cabeza, entonces ya veremos.
Habéis tenido la coyuntura de tener la bravura intelectual que os respalda y que se ha encontrado con más poder del que les correspondía por votos. Esos que no dicen una palabra derecha, que dicen que la libertad está en la máquina del café y en contar allí con quiénes os habéis acostado muy libremente el sábado, y supongo que pensando también en los pescadores que faenan, en los mineros que taladran la piedra o en los campesinos que trabajan la tierra, y sus respectivas máquinas de café.
Termino ya. Espero que me juzguéis de facha y de discurso del odio a cancelar como poco, por esta carta, porque eso, siendo falso, significa que va por el buen camino. No albergo odio a ninguna manifestación libre que no conculque mi libertad. Ahora bien, muchos de vosotros os hacéis odiosos, censores mayores del reino, precisamente por eso, por censurar, prohibir y vilipendiar a quienes no están de acuerdo con lo que os inventáis. Por eso, en el día del Orgullo, me siento como esa chica que en el anuncio de Apple de 1984 arrojaba la maza a la pantalla donde el Gran Hermano seguía dando consignas a la sociedad.
Es la tercera, sí, la tercera vez que queriendo darme da alta en alguna suerte de suscripción, periódico digital, servicio de ciclo indoor, aplicación de cómputo de cervezas ingeridas, etc., me preguntan por mi género. Y algunas son empresas españolas, ¡Por Júpiter!
Yo no gasto de eso. Yo como todo bicho viviente, tengo sexo. Éste podrá ser más o menos ignominioso, decente o funcional, pero es mi sexo, con el que nací. Lo de género, amén de un constructo interesado por parte de los posmodernos y que lleva como bandera la ministra «nomentero», es, en su origen, un calco del gender de los bárbaros provenientes de la pérfida Albión. Los que lo usan como la ministra quiere imponer, hacen referencia a que aquí lo importante es el derecho a sentirse o no sentirse, y no la realidad anatómica con la que uno nace. Esta degeneración hace que machotes que se levantan queriendo ser más mujeres que Afrodita, lo puedan ser y borrar a las mujeres que han nacido con ese sexo. Y, de paso llevar la bandera de no sé que absurdo feminismo nauseabundo. Pero eso es así, lo hemos importado de Norteamérica, de las teorías deconstructivas de Derrida y Foucault, y toda la parafernalia, que, por exceso de ocio o falta de hambre, les da por pensar sin tener el Fortasec a mano. Nosotros nos lo traemos aquí y, si vemos a un niño jugando con muñecas, le decimos a sus padres que se despidan y que Ramón va a pasar a ser Esmeralda, se pongan como se pongan, con la sonrisa cómplice y socarrona de las farmacéuticas que venden hormonas. Pero, lejos de esa politización propia de estos criajos ignorantes que, votados por cuatro gatos, han impuesto este tipo de chorradas, voy al tema etimológico.
Gender, en inglés, sí puede ser tomado por sinónimo de «sex». Pero esto no viene de los posmos, no. Esto viene del puritanismo victoriano inglés, en el que la palabra «sex» era un tabú y había que buscarle el eufemismo, encontrándolo en algo mucho más etéreo e inconsistente como «gender». Y nosotros vamos y lo copiamos. Primero nos cargamos el asunto de que el género es algo gramatical y que el masculino genérico es una herramienta que confiere concisión al lenguaje, a la comunicación, que no invisibiliza a nadie y que convierte en hipócritas a quien intenta, sin suerte obviamente, utilizar el doblete. Pero es que además, hay dialectos en el Congo, en Ruanda, o en Venezuela (vaya tres ejemplos de democracias que me vienen), donde se utiliza un femenino genérico dese hace siglos y sus gentes, en algunos casos, practican la mutilación genital a las mujeres, y en otros, como en Venezuela, la mutilación de la libertad. Bueno, pues eso, que se ha extendido poner en los formularios, que se indique el género y no el sexo. En mi caso, cuando es un formulario en papel, tacho género y pongo sexo, pero cuando es digital, directamente, le dan por culo al formulario y se quedan sin un suscriptor. No soy activista, de hecho lo detesto por lo que conlleva de servilismo, borreguismo y pluscuamignorancia, pero en este caso haré una excepción. Yo no tengo género, sin ningún género de dudas.
Otro Día del Libro, otro día para exaltar uno de los grandes placeres de que disponemos para hacernos la vida más amena, más apasionante, más digna, más vívida, más aventurera, más culta. En resumen, más vida. En mi caso, la relación con la lectura es un poco peculiar. Los libros me han gustado siempre. Siempre he sabido que, como diría un bolero, no iba a morirme sin tener… algo con ellos. Descubrí la lectura, los libros y su poder, con unos 15 años. Aquellos libros iniciáticos «Edad prohibida», «El perro de los Baskerville, «La isla del tesoro» y tantos otros, me mostraban que había un universo esperándome en la leja de la habitación. Recuerdo ahora cuando mi tía Encarna, que apenas sabe leer, pero como diría Sancho, sabe lo que sabe, y sabe mucho de la vida, me regaló la historia de la literatura universal. Aquellas obras clásicas de «La Iliada», «La Odisea», «El Quijote» u otras más modernas como «Cien años de soledad», «El camino», «El túnel», «Rayuela» estaban en una mesa de dos pisos al fondo del pasillo del piso en el que crecí hasta los 16 años. Y ocurrió entonces algo que, parafraseando al maestro Borges, se podría definir como que «Dios, en su infinita maestría, me dio a la vez, los libros y la noche». Y es que sobrevino esta patología visual con la que vivo desde pequeño. En aquel entonces, cogía los libros, los olía, tocaba sus tapas, sus páginas y comenzaba a leer. Entonces, a las pocas páginas, las líneas se emborronaban, las palabras se desfiguraban y el cansancio aparecía, y con él, no poca desesperación. Terminé la opción de letras puras, con su latín y su griego en bachillerato y comencé a estudiar derecho. Era la crónica de un error anunciado, y a las pocas semanas, me pasé a mi querida Facultad de Letras de Murcia. En ella comencé clásicas, por mi devoción por la cultura de Grecia y Roma, y pronto pasé a hispánicas, por mi absoluta entrega a la lengua española. La literatura estaba, pero me costaba cada vez más por mi circunstancia visual. No obstante estudié la literatura del Siglo de Oro, la hispanoamericana con el mismísimo Polo, y hasta la gallega, si bien siempre me interesaba más la rama de la lingüística, hasta el punto de hacer el doctorado en el área de sociolingüística y trabajar la tesis en torno al tabú, la eufemia y la disfemia. Fue entonces cuando entré en la ONCE, la pérdida de visión era cada día más patente y necesitaba ayuda con eso. Descubrí entonces una serie de herramientas, de software de ampliación, contrastes de color, síntesis de voz, las telelupas, etc. y fue toda una revelación. Y lo fue hasta el punto de desear verme haciendo que nadie que estuviera en la situación que yo había estado, dejara de conocer lo que yo ahora sabía que teníamos en España gracias a la ONCE. Y, sobre todo, dejara de acercarse a los libros. Y como a veces ocurre, las metas se convierten en realidades cuando se persiguen y se tienen presentes y aquí estamos, haciendo precisamente eso, tratando de facilitar a los alumnos, todos los medios para que el déficit de visión no sea obstáculo ni excusa para poder disfrutar de ese universo literario y poder alcanzar otras tantas metas. La telelupa y el cambio de contraste fue el comienzo y después llegó el tema del audiolibro. Aquí reconozco ser una «rara avis». Quisiera tratar de explicarme. Descubrí que se puede leer escuchando algo leído por una tercera persona, pero me faltaba algo. Que me leyeran un libro era algo demasiado parecido a que me contaran un cuento y, ni valoraba lo suficiente el arte en el texto escrito, ni lo disfrutaba igual, ni me llegaba como debía llegar, pues estaba supeditado a detalles como los matices que el lector de turno quisiera darle a la lectura en perjuicio de mi propia imaginación. En palabras tecnológicas y abusando de préstamos de los bárbaros del norte, el imput no era igual. Fue entonces cuando descubrí el ebook y su lectura gracias a los medios tecnológicos, concretamente gracias a la aportación, primero, como siempre, de Apple, con su Voice Over y su afán porque todos tuviésemos acceso a sus dispositivos y software. Después, recientemente, la propia Amazon con la accesibilidad de la aplicación Kindle. De esta forma conseguía varias cosas importantes para mí, a saber: Adquirir los libros, comprándolos y contribuyendo también con la aportación y el talento del escritor, el traductor, la edición, etc. Que estos libros, al ser míos, pudieran ser también, como ocurre con quienes lo compran en papel, para mi familia. Que el proceso de lectura dependiera de mí y no de un narrador, por bueno que estos sean. Es difícil de explicar pero, el hecho de que la lectura del texto sea plana, la enlatada, y, de que, con mi poco resto visual, lo pueda hacer paralelamente a la lectura visual con los tamaños y contrastes adecuados, sí que propician una sensación de lectura, muy distinta a la condicionada por la voz de un narrador humano. El lector que lo hacen en braille también suele coincidir con esto. No es lo mismo dominar uno el texto a ser arrastrado por el lector del audiolibro. En este sentido, la tinta y el braille se asemejan y, por eso, el sonido nunca puede sustituir a un código como el braille. Sea como fuere, la tecnología me ha hecho poder dedicar buena parte de mi tiempo a la lectura, a la que me faltó en su momento, a toda la que sale y puedo comprar en el mismo momento en que se publica, y a la que está por venir. Conseguir leer 75 libros al cabo del año, como tuve el placer el año pasado, es una alegría inmensa, y una sensación de igualdad real y tangible. En resumen, gracias a la tecnología, y gracias a la ONCE, aquello que parecía un sueño inalcanzable, y que se quedaba poco más que en lo olfativo y lo kinésico, se ha convertido en el verdadero placer de acceder a ellos para enriquecerme y para hacerne mejor persona. Algunos amigos me han preguntado que por qué no escribo algo, pero es que hay tanta cosa buena por leer, que lo considero una pérdida de tiempo para mí como escritor y para el lector, pues ese tiempo lo dejaría de invertir en verdaderas genialidades ya escritas y otras que van apareciendo en el mercado.
Si estáis interesados en conocer las reseñas y críticas que hago de los libros que voy leyendo, podéis encontrarlas en mi web «https://germanadas.com» y en mi espacio en la plataforma de lectores Goodreads.com
Hoy he vuelto a ver salir a los Salcillos de la iglesia de Nuestro Padre Jesús, en Murcia. Fe, tradición, cultura y arte por las calles de mi querida tierra. Tallas camino de los tres siglos, esculpidas y creadas por una mano divina, porque alguien capaz de sacar de un bloque algo como ese beso de Judas -es la misma talla el origen de ambas imágenes-, es alguien capaz de ver mucho más allá, pero mucho. Con Murcia oliendo a azahar y viendo este espectáculo en sus calles, ¿Cómo no voy a sentir morriña cuando no estoy aquí? Que pasen muchos siglos más con los salcillos, nuestra cultura y la fe de tantas personas bullendo por sus calles. Sólo espero que no venga ahora un ministro o ministra del ramo, o de la rama, y que le, la, lo, li, lu dé, (dejo pronombres reales y aún por imponer, para que cada cual se atribuya el que menos pesambre o bochorno le dé), digo que le dé por quitar estas tradiciones y expresiones populares en virtud de leyes «para evitar sentirse + participio». Que es que les, las, los, lis, lus pone mucho aquello de ponerse el velo como respeto a la tradición, por ptro lado machista, de otras religiones, o cenar a las tantas, o llamarnos hombres cis a los hombres, o borrar a las mujeres incluyéndolas en el subconjunto de mujeres «no trans» y otras muchas giliprogreces de estos pluscuamborricos, con el debido respeto a esa ganadería equina. Pero bueno, lo dejo. Que he empezado exaltando mi tierra y sus procesiones, se me ha cruzado la imagen de un político extremista, y me la ha jraciao. Bueno. Ellos (ellas, ell… y toda la parafernalia) pasarán. Lo de Salcillo, es eterno.
Me ha sorprendido y me ha gustado a partes iguales y en su justa medida. Me explico. Es un thriller policíaco de libro, con su inspectora señalada por su pasado, que además es trilogía y todo lo que mandan los cánones actuales. Vamos, que damos una patada y salen veinte inspectoras jefe empoderadísimas, con un puñado de hombres cenutrios alrededor. Sin embargo, me ha gustado más que otras, quizá porque está bien escrito, sin muchas concesiones a la jodida correción política, aunque estoy seguro que algún corrector, porque no es propio del geolecto de la autora le autora, le ha colado un «la habló que» cuando supongo que quería decir «le dijo que». Y es que de un tiempo a esta parte, los correctores se merecen algunas performances como las que sufren las víctimas de este libro. Se basa principalmente, a mi juicio, en sorprender, sea por la temática o por el giro inesperado al lector. Yo entiendo dos formas de disfrutar con un libro. Cuando lo que pasa es excepcional y por tanto mantiene la atención y la intriga en el lector, y cuando lo cotidiano se vuelve excepcional gracias a que se cuenta con palabras que el lector no sabría poner. Esta novela yo la ubico entre las primeras, pero con suficiente brillo para estar por encima de sus semejantes.
La anécdota: Iba paseando a los perros y, como muchos sabéis, tengo una discapacidad visual, en la mayoría de ocasiones veo poco más que un ciego, o una persona con ceguera, que es perifrásticamente lo mismo que un inteligente a una persona con inteligencia. Pero ya se sabe que en esta sociedad intelectualmente indigente, cuanto más se borre, se esconda, se endulce todo, mejor, y algunos giliprogres y posmodernos aún dirán, no, por favor, se dice una persona con diversidad funcional en cuanto a la visión, con visión diversa, o alternativa, o vaya usted a saber qué gilipollez se inventan desde igual-da. Pues bien, hecha esta digresión, sigo con la anécdota. Para lo que una persona con una visión normal -quizá debería decir estadísticamente no minoritaria, o lo que ya es para nota, «privilegiada»-, digo que para lo que para alguien que ve es cuestión de milésimas de segundo que su cerebro entienda qué está viendo, para alguien que ve, en las mejores condiciones de luz, un 8 por ciento, y en las peores, ni un pijo, le lleva más tiempo procesar. Pues bien, cuando saco a los perros por la mañana, como quiera que mi constitución de extremidades se ajusta a lo que estadísticamente resulta más común -vamos que tengo dos brazos-, pues no puedo llevar el bastón blanco y sí fiarme, que ya es de por sí un ejercicio de confianza ciega, en este par de bichos. Si tuviera una buena diversidad funcional, con un tercer miembro capaz de sujetar el bastón, eso no me pasaría -y ahora que me disculpen todos los que piensen que aludo a algo falocéntrico, del todo machista, heteropatriarcal, y toda la parafernalia. Sólo era un desideratum. Bueno, que sigo con la anécdota. Como quiera que yo viere algo en el camino que no supiere identificar, parpadee para intentar aclarar la sempiterna bruma retiniana, giré la cabeza, buscando ese resquicio de campo visual y supongo que abrí mucho los ojos para tratar de que entrara más luz en ellos. Toda esta maniobra ocular debió superar notablemente lo que se puede considerar un tiempo prudencial de reconocimiento y pasar al grado del de la observación pertinaz. Como quiera también que lo que resultó que había en el camino era una señora -o señorita, no perdón, o ser menstruante, o vulvoso o no sé por dónde andará ya esta estupidez eufémica-, y estaba agachada, en postura de yoga, recogiendo una deyección canina, como las miles que recojo yo de estos míos al cabo del año, quisieron los dioses que aquella persona humana con cpacidad…. (bah, lo que sea), entendiera que el tiempo por mí tomado para la observancia y escarculle, que diría un paisano, no sólo no estaba entre lo tolerable para reconocer sino que, pasado el del observador, entraba ya sin matices en el del depravado voyeurista. Así que la señora, o lo que a estas alturas haya que decir según las menestras del ramo, se me ha encarado y me ha dicho que qué miraba. Yo, ruborizado, porque uno mantiene la vergüenza incluso como un valor, le he dicho que nada, que era difícil de explicar. ¡Por Júpiter! Cuando he oído salir esas palabras de mi boca, aún lo he visto más negro, que ya es ver, porque la respuesta, lejos de aclarar la cosa, me hundía más en el fango a oídos de mi interpeladora. Pero es que para arreglarlo me venían pensamientos hechos expresiones del tipo «no sabía qué era eso», «o no sabía qué era usted», esta última hubiera sido, a resultas de la indefinición arriba descrita, impepinable casus belli. Finalmente, he optado por un, entre tímido y poco verosímil, «es que no veo bien», que dudo que la haya satisfecho y cambiado su opinión de mí. Y esa es la anécdota que me ha ocurrido hoy, que creo que es el día contra la elegetibequ…y lo que te rondaré morene-fobia, y no puedo dejar de seguir pensando que no caben más imbéciles en esta sociedad tontucia, agilipollada y adoctrinada. Me da igual que lo de hoy haya sido porque alguien no pueda entender a la primera que es que otro no ve un pijo, y con las mismas razones, me da igual que algún otro congénere (porque el género es el humano) sea del sexo que sea, o se identifique con la orientación sexual que se identifique, faltaría más, se sienta ofendido y piense que algunos somos privilegiados porque sabemos a qué aseo debemos entrar. Lo que digo es que, a la postre, cualquiera, sea lo que sea, puede «sentirse» ofendido en una circunstancia. Pero es que no puede haber leyes para que no nos «sintamos» porque no puede haber nada más subjetivo que sentirse. Y la vida es así, con problemas reales y mariconadas varias. En corto, que ojalá hubiera tenido vista suficiente para haber visto el panorama que esta mañana se ha puesto en mis narices, porque sí, no me disgusta esa parte de la anatomía femenina, sin ser con ello machirulo, depravado, ni nada de eso, y no me hubiera tapado los ojos si hubiera sabido de qué se trataba como ella tampoco tiene por qué adoptar otra postura para coger el excremento del cánido. Pero, al menos, no habría dado lugar al equívoco y el sofocón. Y la señora, o ser…blablabla lo que digan estos políticos sovietiquetantes), además, se ha ofendido. ¿Debo pedir una ley para que ella no se sienta ofendida por que yo le pudiera mirar el trasero o una ley para que yo no me sienta ofendido porque ella se ha ofendido cuando lo que pasa es que no veo? Pues todo eso, todas esas tonterías en las que dedican su tiempo estos politicuchos y sus palmeres de las redes son la definición de mariconadas imbéciles a las que me refiero
Ni fobias, ni vicio, ni derecho a no sentirse así o asá. Gilipolleces varias